Folladita en el jardín
Hacía una mañana estupenda con un sol radiante presente en el cielo. Mi novio y yo salimos al jardín para disfrutar de aquel sábado tranquilo y sin ningún tipo de obligaciones por delante. Yo llevaba unos tejanos ceñidos a la cintura y una camiseta corta, que dejaban entrever mi figura definida y mis prominentes pechos. Nos sentamos en el banco del jardín para tomar un poco el aire, pero lo último que hicimos fue disfrutar de un momento de descanso, te lo puedo asegurar. Él se puso tontísimo desde el primer momento y empezó a meterme mano a la primera de cambio. Yo me hice de rogar y me mostré algo dura y distante, pero a los pocos minutos ya había caído en sus encantos y ambos nos besábamos apasionadamente mientras nuestros dedos acariciaban las zonas erógenas del otro. Me levanté la camiseta mostrando mi buen par de tetas, para gozo y disfrute de mi pareja. Él hundió su boca entre ellas y empezó a chuparme los pezones con unas ganas locas. Cuanto más estiraba, más me estimulaba. Empecé a gemir como una perra en celo, a lo que él respondió con más mordiscos en mis pezones. Jugueteaba con la punta de su lengua por toda mi aureola hasta llegar al pezón en sí, rozándolo con su lengua húmeda y provocándome oleadas de placer sin igual. Era una auténtica gozada disfrutar de aquellos juegos sexuales al aire libre, pero aquello no había hecho más que empezar. Nos esperaba una sesión de sexo duro de lo más erótica y sensual. Él hundió su mano entre mi entrepierna y me metió el dedo índice por el coño. Me masturbaba rozando aquellas zonas que más gusto me producían, ya que se sabía mi cuerpo de memoria como si de un mapa se tratase. Rozaba mi clítoris al tiempo que se sacaba el dedo y lo chupaba con una cara de vicio sin igual. Le encantaba hacer eso y sentir el sabor de mi chochito en su boca. He de confesar que a mí también me volvía loca aquel gesto tan erótico, así que empecé a lubricar para preparar el terreno hacia la penetración total y completa. Él me arrancó los pantalones, y cuando ya estábamos los dos completamente desnudos, me tumbé sobre el banco y me abrí de piernas entregándole todo mi coño para que hiciera con él lo que más quisiera. Empezó comiéndomelo de arriba abajo. Yo hundía su cabeza entre mis piernas para que con su lengua me penetrara lo más hondo posible. Tras aquella escena de sexo oral, continuamos con el sexo más maravilloso que había practicado en toda mi vida. Me clavó su polla dura hasta el fondo de mi ser, inundándome de un sentimiento de placer intenso y pleno. El sol nos rozaba nuestra piel desnuda, al mismo tiempo que nos movíamos con pericia para hacer de aquel polvo algo inolvidable. Él se recreaba manteniendo su polla caliente dentro de mi chochito húmedo, y yo le suplicaba que me petara bien duro para poder alcanzar así el deseado orgasmo. Pues dicho y hecho. Súbitamente él me avisó que estaba a punto de correrse mientras yo alcanzaba el más alto de los nirvanas. Mi cuerpo vibraba de placer con cada sacudida que me metía, y al notar su semen caliente fluyendo dentro de mí, el placer se multiplicó por mil. Estaba siendo inseminada por mi novio y la sola idea me ponía cachonda perdida. Mi piel se erizó, mis sentidos se agudizaron y fue como si flotáramos los dos entre un sentimiento de éxtasis absoluto. Tras aquel polvo improvisado, recogimos un poco el banco y nos vestimos recopilando la ropa que habíamos lanzado por todos lados debido al ansia que nos inundó. Sonreímos al comprobar que mis bragas no aparecían, pero realmente me daba igual. Había valido la pena perderlas a cambio de aquel momento matutino tan excitante y sexual.